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NADAL VUELVE A MORDER UN TROFEO

por Andrés Peraza
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Pasaron nueve largos meses para que Rafael Nadal volviera a ganar un título. Esta vez el escenario fue el torneo de Buenos Aires, lugar donde venció a Juan Mónaco por 6-4, 6-1, y sigue demostrando que es el mejor de la arcilla.

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Foto: AFP

La espera fue larga, pasó tanto en el circuito y Rafael Nadal vivió todo tipo de traspiés, desde la lesión en la muñeca, pasando por la caída sorpresiva ante Borna Coric en Basilea, su problema en el apéndice y finalizando por sus caídas ante jugadores fuera del top 100, lo que hacía dudar de su verdadero nivel al regresar. Tomó la gira sudamericana de polvo de ladrillo como el punto ideal para recuperar confianza mientras los demás se desenvolvían en el cemento para preparar Indian Wells y Miami. Nadal decidió ir a su hábitat, qué mejor para él que buscar sensaciones positivas en la superficie que más le ha dado en su carrera.

Tras la caída en Río, Buenos Aires llegó al calendario del español como un test más que perfecto para que las piernas tomaran ritmo, la mano calibrara y sintiera empatía con la raqueta. El cuadro era menos complejo que en Brasil, iniciaba desde segunda ronda y en la capital argentina no existía la humedad que caracteriza a la ciudad carioca. Tras vencer en la previa a tres locales, el turno en la final fue verse cara a cara con su amigo de toda la vida, curiosamente otro argentino, Juan Mónaco, y luchar allí por ganar su primer trofeo después de una larga sequía.

El domingo bonaerense se cubrió de lluvia. Nubes grises envolvían el Buenos Aires Lawn Tennis Club en la jornada del plato fuerte de la semana. Tantas fueron las gotas que el inicio de partido ya iba retrasado teniendo en cuenta la hora propuesta; fue poco más una de hora donde el rocío se ponía el cartel de protagonista. Y cuando todo paró, el comienzo tan esperado. Aunque solamente duró un par de games luego de que Nadal propusiera un mejor acondicionamiento de la pista, teniendo en cuenta que en uno de los puntos anteriores Mónaco por poco resbalaba en una pista que parecía cubierta de jabón. Diálogo en la red, los dos decidieron parar y el mantenimiento en la cancha se tomó el acto principal.

Luego fue volver y empezar a dar el espectáculo. Nadal y Mónaco jugaron escudados desde sus turnos de saques, que se volvían casi impenetrables y eran el arma principal para llevar un partido en el que ninguno tenía intenciones en el inicio de proponer de más allá. Tanto fue así que las únicas chances de quiebre (más una que tuvo el español antes del parate del juego) estuvieron en el séptimo game de lado del cuatro del mundo. La fiera olfateó sangre, rodeó a su presa y sin dudarlo enterró las garras para empezar a pespuntear una victoria que desde adentro tanto necesitaba.

El primer paso llegó y Nadal dejó claras sus intenciones de no dejar escapar una nueva corona. Desde el primer minuto del segundo parcial impuso presión en el servicio: jugó profundo, luego sacaba un latigazo con la derecha o intentaba poner en circulación el revés para llegar al ángulo. Pico trataba de resistir, invertía su drive en busca de empujar a Nadal hacia la lona pero muchas veces encontraba respuesta en el español con una pelota alta y pesada o, por el contrario, con un contragolpe casi mortal. El argentino no fue ajeno al partido, no disputó el encuentro por la corona con la desdicha de que al frente tenía al mejor en esta arena, al contrario, impulsado por estar en casa y ante su gente, el tandilense dio batalla, aunque no haya sido suficiente, y no se atormentó por los recientes marcadores ante el español: apenas tres games le había ganado al ibérico en los dos últimos partido y tres 6-0 encajados. De hecho, el primer set fue la primera vez que el local le ganaba más de cuatro games al español en una misma manga.

A pesar de su ímpetu, la nafta se fue agotando para el argentino. Nadal volvió a ser Nadal en el segundo set y desde el inicio llegó la ruptura que avisaba el destino definitivo del duelo. Fue un parcial donde el ganador de 14 grandes movió la pelota de lado a lado, recorrió cualquier centímetro restante y entregó a su rival una dosis mortífera para que se viera ante un imposible. El español quebró en dos ocasiones más y estableció al vencedor definitivo.

Pelota fuera, alzó la brazos y alegría en el rostro. Luego un abrazo ante su amigo y un puño firme para saludar al público argentino que lo hizo sentir como en casa. La sonrisa de Nadal cubrió el estadio, era sinónimo de un renacer que tanto estaba esperando. Un trofeo que significa el regreso de la ilusión, de saber que tiene restos para seguir afrontando el camino que día a día afronta en tenis. Llegó a su 65º trofeo en carrera, para superar a Pete Sampras y Bjorn Borg, y a su 46º en tierra. Muchos dicen que igualó a Guillermo Vilas; otros que el argentino posee tres más, al final esta nueva corona no desbarata el gran recorrido que ha tenido el nacido en Monacor en esta superficie. De las manos de Gastón Gaudio, Nadal recibe y vuelve a morder un trofeo, algo tan característico para él, así como su conexión con la tierra.

[author image=”https://pbs.twimg.com/profile_images/473258143418314752/wPCdGPjm_normal.jpeg” ]Fabián Valeth Orozco @FabianV_: Redactor en jefe de Match Tenis. Director y productor de medios de comunicación. Amante del tenis y del periodismo deportivo enfocado hacia este deporte.[/author]

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